domingo, 1 de marzo de 2009

Desvarío I

La música era alegre, me sonreia!
La música era triste, me compadecía.
La música era melancólica, era fuerte, era... mía.
Las melodías me acariciaban,
cada nota parecía una pluma que se deslizaba por mis manos,
por mis brazos, subía por mis hombros
y susurraba al oído dulces anhelos indescifrables

La música era amante, me complacía
con furtivos roces estremecía mi pecho
con acordes precisos daba entrada a mi respiración
se acomodaba a mi incesante y frenético corazón
que latia en ritmo amalgamado,
taquicardico intranquilo.
Mis manos, extendidas, abiertas sobre la barra
se disponen a complacerme
con movimientos espontáneos
llevan a mis labios la sublime bebida
perfección fermentada, madurada,
como mi ansiedad, como mi soledad
alcohólica y soberbia

Apariciones se manifiestan,
espantosas unas, soportables otras
misteriosos seres se apoderan de mi distracción y
extrañas voces se cortejan en el ruido
mientras tanto, algunos compañeros arrivan,
me hablan, los escucho
hablan de tanto, hablan de poco, en ocasiones callan,
y los escucho

hablan rebaños, rugen jaurías,
y me encegecen fulgurantes diamantes
y desde el otro lado de la luna me reclaman:
Oye, tu, en medio del frío y la soledad,
puedes sentirlo?
Ahora, sólo de nuevo, en el mismo rincón de la barra
pongo un pie en el suelo, otro en una nube
y simplemente decido:
"Me largo de este bar, ya hay demasiada gente!"

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