domingo, 1 de marzo de 2009

Cazador Cazado

Furtivo, me acerco, te acecho, te mido, te deseo
solitario entre la bruma de mis temores
eres presa indefensa, eres cazadora implacable,
presa de mi encanto, depredadora de mis sueños.
Con malicia te percatas de mi presencia
y con delicioso cinismo anuncias la sorpresa
y con sutileza te dejas llevar por mi inútil cacería
mis esfuerzos son ahora en vano
pues cazador cazado, me vuelves tu prisionero...

Desvarío III (Acróstico)

Entre murmullos y musicas secretas
Surgen en mi mente fantasmas psicodelicos
Todo a mi alrededor se torna difuso
Oigo voces y risas ajenas
Yo por mi parte, soy ajeno a este sitio.

Mas este sitio no lo es para mi
Umbrales de agonia llaman al placer
Y mas alla escucho claramente su voz

Abismos profundos se abren ante mi
Barreras de fuego abrazan mi camino
Una y mil veces he estado aqui
Roe mi alma y apaga mi serenidad
Rimbaud, Baudelaire, Sade, Verlaine
Inspiren mi tedio con al menos un apice de espiritu
De manera que no escriba pendejadas
Odiosas, osadas y ociosas...

Neo Natura

Como osas atrevida y cruel
a opacar al sol con la luz de tu diáfano rostro?
Como te atreves dulce temeraria, a llevar estrellas en tu sonrisa?
Como puedes llevar la brisa matutina del mar en tu divino aliento?
Como es que ya las nubes y los ríos, las aves y las flores,
el alba y el ocaso me parecen tan triviales
desde que te conocí?

No puedo ni quiero tener las respuestas,
tan solo quiero...
Vivir en esta nueva natura,
en este eden de curvas femeninas
para disfrutar de cada pequeño pedacito de él.
y mientras me regocijo en estas visiones y deseos...
me roba la serenidad el saber que otro Adán
se roba mi lugar en tu paraíso.

Indiferencia

Cubiertos mis ojos y desnuda mi alma
como una espada tu silencio me cercena
a pesar de la agonia me domina la calma
de saber que para ti nada vale mi pena

Nada grato en tu suplicio hallaria
ni que por mi dolor una lagrima derrames
la culpa a mi corazon afligido mataria
aunque a este pobre soñador nunca ames

En otros brazos proclamaste dulce encanto
mientras los mios anhelaban tu presencia
como dulce caricia en mi rostro queda el llanto
y el frio perturbador de tu ausencia

La ansiedad me apresura a buscarte
y resucitar las flores en el huerto
flores de pasiones y deseos de amarte
por que sin ti yo ya estoy muerto.

Te Extraño

Púrpura la noche, se anuncia tormenta
gris mi corazón, augurio de llanto
la luna se oculta prolija y lenta
y me cubre de sombra con cálido manto

sentado contemplo la celeste espesura
y mientras timidos, parpadean felinos ojos
un repentino lucero reluce mi amargura
entre cúmulos estelares, agonizantes manojos

Lustre amigo, estamos sólos esta noche
sólo tú entre nubes, magnifica lumbre
sólo yo entre hombres, triste derroche
a tu encuentro iré, a la alta cumbre!

Habiendo llegado, sentado y sollozante
al lucero clamé por tu divina presencia
y a mi lado apareces, figura espeluznante
traslucida y fria, fantasmagórica esencia

me miras, sonries, con dulce y gelida estampa
mientras el pronosticado lamento fulgura
mis ojos buscan refugio pero mi alma no escampa
se ahoga en el extasis de tu ilusoria figura

Oh gran estrella, por soledad escuchaste mi pena
y ante mí presentas la más bella aparición
saciado mi clamor pero el engaño no llena
el inmenso vacío que yace en mi corazón

Noche compasiva, amiga solidaria
de esta larga e injusta expiación
mi súplica oída, a peticion falsaria!
llora conmigo esta inútil pasión

el llanto cósmico se precipitó en mi pecho
y el bello espectro inmutable sonrió
llueve en el campo y llueve en mi lecho
por aquel amor que nunca volvió

Impávido espectador del oscuro espejismo
con inocente esperanza extiendo mi mano
lenta te desvaneces y grito al abismo
cómo se puede extrañar tanto a un ser humano?

El Llanto De Mi Guitarra

La cálida tarde agoniza lentamente
mientras emerge la noche estrellada.
Amor furtivo en el cielo inclemente:
la tarde agitada y la noche callada.

En mi alma un bolero, en mis ojos el llanto,
en mis manos inquietas mi vieja guitarra,
y en la copa de un árbol el melancólico canto
que dulce interpreta una joven cigarra.

Toco de nuevo la negra partitura
de la horrible canción de mi soledad
mas del canto brota tal amargura
que me abraza, prematura, la oscuridad.

Del improvisado dueto concertante
"emanan tristes acordes e impronunciables lamentos",
en cuerdas y alas dolor palpitante
uno por la que no llega, otro por la que no ha vuelto.

Y entre música de playa, dolor y palmeras
agotada, de amor anhelado muere la cigarra
y un ultimo arpegio de notas certeras
enjuga en mis dedos el llanto de mi guitarra.

Desvario II (Petición Suicida)

MATAME!
Adelante, MATAME!!
no lo dudes más, que tu mano no titubee.
Mírame fijamente a los ojos y... MATAME!
Acaba con esta patética existencia, detén mi aliento de una vez
No dejes que vuelva a pronunciar tu nombre
Acalla mi pensamiento.
No permitas que tu imagen en mi mente siga danzando
alrededor de la fogata de mi pasión.
Termina con mi imaginación, en la cual vives, VIVES!
MATAME, para que tu imagen, la mas preciosa imagen que pueda existir,
Muera conmigo.
Porque tu no mereces vivir en mi...
MÁTAME!,
MÁTANOS!
De una buena vez.

Hasta Pronto

te siento, te respiro, te soy...
estas tan dentro de mi, habitante infinita del alma de mi alma
etérea y sublime, llenas todo mi ser
por mis poros emana tu voz, y en mis ojos se ilumina tu llanto
amante nocturna habitual, te has convertido en absoluta
ahora te siento tan distante, te miro desde lejos.
Gritas, blasfemas, me insultas, me extrañas,
desde la cima contemplo el valle de tu ser, escucho sollozos
gritos contenidos y llanto disimulado
se augura: la despedida
"...tu me pierdes a mí
yo te doy por perdida
es la hora de huir, la despedida..."
con amargura y resignación, me despido de vos
hasta una próxima vez, posiblemente en cualquier hora
siempre estarás allí, dispuesta, me acogerás de nuevo
el venenoso abrigo de tus brazos y la confortante brisa de tu aliento
no te extrañaré, no mucho, pero el momento ha llegado
es hora de decir hasta luego,
soledad, amiga, amante y compañera,
hasta pronto!

Desvarío I

La música era alegre, me sonreia!
La música era triste, me compadecía.
La música era melancólica, era fuerte, era... mía.
Las melodías me acariciaban,
cada nota parecía una pluma que se deslizaba por mis manos,
por mis brazos, subía por mis hombros
y susurraba al oído dulces anhelos indescifrables

La música era amante, me complacía
con furtivos roces estremecía mi pecho
con acordes precisos daba entrada a mi respiración
se acomodaba a mi incesante y frenético corazón
que latia en ritmo amalgamado,
taquicardico intranquilo.
Mis manos, extendidas, abiertas sobre la barra
se disponen a complacerme
con movimientos espontáneos
llevan a mis labios la sublime bebida
perfección fermentada, madurada,
como mi ansiedad, como mi soledad
alcohólica y soberbia

Apariciones se manifiestan,
espantosas unas, soportables otras
misteriosos seres se apoderan de mi distracción y
extrañas voces se cortejan en el ruido
mientras tanto, algunos compañeros arrivan,
me hablan, los escucho
hablan de tanto, hablan de poco, en ocasiones callan,
y los escucho

hablan rebaños, rugen jaurías,
y me encegecen fulgurantes diamantes
y desde el otro lado de la luna me reclaman:
Oye, tu, en medio del frío y la soledad,
puedes sentirlo?
Ahora, sólo de nuevo, en el mismo rincón de la barra
pongo un pie en el suelo, otro en una nube
y simplemente decido:
"Me largo de este bar, ya hay demasiada gente!"

Recuerdo

“¡Estrellas, luces pensativas!
¡Estrellas, pupilas inciertas!
¿Por qué os calláis si estáis vivas
y por que alumbráis si estáis muertas?…”
José Asunción Silva

Era una noche como las demás, tranquila, fresca y constelada.

Era una noche como las demás, nostálgica y triste.

Como cada noche desde hacía mucho tiempo, me disponía a sentarme en la arena, en el mismo lugarcito de siempre, allí, recostado en la vieja palmera, cuando percibí algo diferente: el viento susurraba un conocido madrigal, y su caricia era más fría que de costumbre. Algo me decía que tal vez, sólo tal vez, esta, no sería una noche como las demás. Así que fui a la cabaña por la vieja manta, casi tan vieja como yo, y que igual que yo cada vez era menos eficiente en sus propósitos.

La pesca del día fue bastante pobre, pero suficiente para saciar a medias mi apetito, y como me sobró carnada, se la cambié al viejo Ernesto por un poco de ron, pobre viejo, ya su salud le molesta tanto que ni eso puede disfrutar. Que le prohíban a uno el ron, eso no puede ser. Pero eso es algo que sólo le pasa a los que tienen con qué, porque no cualquiera se da el lujo de viajar hasta la capital para que le prohíban algo. Era poco más de media botella, que pude verter convenientemente en mi cantimplora.

Habiendo recordado el fabuloso trueque, tomé el licor y la manta, y volví a mi palco de primera. Era el teatro más amplio que puede existir, se extendía desde la taberna de Doña Teresa y llegaba hasta el gran acantilado, sólo contaba con dos puestos, el otro llevaba desocupado mucho tiempo. Esta noche como era habitual, presentaban la hermosa sinfonía marina, las olas y el viento eran los solistas, con participación de gaviotas, cigarras y algún borracho alegre que gustase de cantarle a la luna.

Siempre disfruté el espectáculo, como evocación a mis años de infancia, cuando mi padre me llevaba a la capital a ver a los artistas en el teatro. Lo que más recuerdo son los señores cantantes de ópera y las grandes orquestas, ahora ya ni recuerdo los nombres de los instrumentos.

Acá solo se escuchan las guitarras de Don Martín y su hijo, que son los músicos habituales en la taberna de doña Teresa, una vez hubo un gran señor pianista en la isla, pero aquí ni siquiera conocen un piano, sólo la vieja petulante de doña María, la que vive cerca al muelle, decía conocer y hasta tener uno hace mucho tiempo, pero como la mayoría de sus comentarios, eran para llamar la atención, que imagino le recordaban sus años en la capital.

Esta vez no había borracho alegre, ni triste, que le cantara a la luna ni a nada; esta noche, más fría que de costumbre, el recital empezó con retraso. Me tomé un trago largo para empezar, cerré los ojos por un momento y escuchaba la hermosa música de la mar nocturna. Una vez mi padre me contaba de un libro en el que el personaje se dejaba llevar por el sonido de un río, sentado a su orilla, escuchaba que este le hablaba, y que le hablaba directo a su alma y a su corazón. Y si un río puede hacer esto, pues entonces la mar, donde convergen todos estos locutores del alma tendría mucho más para decirme, un gran coro de ríos, la máxima cantata espiritual.

Tomé otro trago, el frío aumentaba y la manta disminuía su poder abrigador, los años y los vacíos hacían de nosotros presas fáciles del inclemente frío final. A pesar de no entender mucho del concierto acuático, porque me imagino que el lenguaje del alma no tiene palabras, como el lenguaje de los hombres, disfrutaba de esta bella armonía.

El viento arreciaba, amenazaba con llevarse mi cobija, o lo que quedaba de ella, la tomé con fuerza, bebí otro trago, y derrame un poco al aire, como ofrenda, y sin pensarlo, calmó la fuerte brisa, pareciera ser que mi amigo el viento compartía conmigo la soledad y la sequedad que solo un buen ron puede calmar, por breves instantes claro. Entre tragos y oleadas me fui acostumbrado al frío, que ya no era tal.

Seguía alimentándome de la preciada música, cuando dejé caer mi cabeza hacia atrás por un lado del tronco de la palmera y miré el cielo, algo no estaba bien, era como si las constelaciones hubieran cambiado su forma, miré con detenimiento, y como lo temía, las estrellas estaban revueltas. De repente una estrella fugaz, hermosísima como todas, dejó en su rastro uno de tantos cabellos, divisé mejor todo el panorama celeste, y allí estaba, tal como la recordaba, era demasiado hermosa, mi amada de cabellos estelares, belleza cósmica que esta noche resplandecía para mí.

Los dos grandes luceros que eran sus ojos, fulgían con tal lumbre que las luces extintas de la taberna parecían iluminar mi palco de primera, el frío se volvió a manifestar, pero esta vez lo sentía en mis huesos, mi costado derecho no padecía esta falta de calor, miré y allí estaba, recostadita a mi lado. Tenía la misma ropita de aquella noche, aquella noche que la vi sonreír por última vez, aquella noche, una noche como esta. Un mechón de su cabello danzaba tímidamente con el viento y acariciaba dulcemente mi brazo, no me atrevía a mover un músculo, el madrigal susurrado por el viento emanaba ahora de sus delicados labios. Cerré los ojos de nuevo, me recosté suavemente en la palmera y deje pasar las horas embelesado en anhelos pasados y recuerdos vívidos, entonces, una lágrima rodó por mi mejilla y un beso salino fue su despedida… hasta una próxima vez.

No era una noche como las demás, era una de esas otras noches, en que la nostalgia y un poco de ron, traen de nuevo a la vida el bello fantasma de mi más valioso recuerdo.

Obsequio

Al bajar del autobús, sentí de nuevo el peso de aquella carga, aquella carga que años atrás había encorvado mi espíritu y agotado mis ganas de vivir, aquella carga, aquel lastre que complacido llevaría hasta el abismo, aquel sentimiento frustrado… ELLA.

Después de caminar las siete cuadras hasta el edificio donde vivía, me detuve en la entrada para recorrer una vez más con la mirada piso por piso hasta llegar a su ventana. A LA ventana, aquella ventanita tímida de cortinas sencillas con motivos de lo que parecían ser tulipanes rojos de fondo beige, y digo parecían porque no es muy claro lo que se puede apreciar desde la entrada.

Era la ventana del noveno piso, aquel marco adornado con dos pequeñas materas, una a cada lado con lo que parecían ser rosales, luego me di cuenta de que eran tulipanes de plástico, pero mucho más reales que muchas cosas en su vida.

Era la primera vez que entraría en este edificio (y también la última), pasé por la recepción que no era más que una improvisada cabina adecuada por pura convención e insistencia de los inquilinos para tener un poco de “seguridad”.

El ascensor se encontraba en el tercer piso como lo mostraba el indicador, no demoraría en llegar, pero decidí ir por las escaleras, quería recorrer poco a poco el camino que me llevaría hacia ella, no quería que una máquina me acercara a aquello de lo que la vida tanto me había alejado, quise sentir cada escalón, cada paso, pasar mi mano por el pasamanos astillado, sentir un poco todo el sufrimiento pasado resumido en la tediosa tarea de subir solo nueve pisos, nunca estuve tan cerca, a medida que subía cada escalón un escalofrío recorría mi espalda, tal vez era la ansiedad de un encuentro por tanto tiempo esperado, o tal vez solo era sudor, no lo sé con certeza, pero igual, eran nueve pisos!.

Cada vez estaba más próxima, la estrella lejana se parecía más a un cometa que amenazaba con destruirme. Después de saludar a una mujer en el séptimo piso y ayudarla con su carga del mercado de verduras, ya que aparentaba haber vivido bastante, seguí con mi carga de mercado de dolores, la cual nadie me ayudaría a llevar ya que aparentaba haber dejado de vivir bastante.

Seguí hasta el noveno piso y, viendo primero el número de su apartamento: el 905, la puerta de fondo, la manija color bronce envejecido y finalmente un viejo y sucio tapete de “Bienvenidos” al pie de la puerta, caminé lento y titubeante los trece pasos que me separaban de la última barrera visual entre nosotros: aquella maravillosa puerta que podría derribar con uno de tantos suspiros.

Toqué al timbre, esperé, no hubo respuesta; timbré de nuevo, esperé de nuevo y no obtuve más que un grito de impaciencia, grito de mi alma, que intolerante reprochaba el haber perdido la diligente visita y la marejada de sensaciones causadas por la euforia de su encuentro. Decepcionado, timbré de nuevo, pero esta vez una voz tenue y trémula solicitó espera.

Era ella, era su voz, aunque sin la alegría que la caracterizaba. Esas sencillas palabras arpegiaron en mi pecho, resonando en mi corazón como las primeras notas de “Hey You” de Pink Floyd.

Al llegar a la puerta preguntó: – ¿Quién es?

Yo. Dije con tono tímido.

Yo Quién?, preguntó con ironía, – Yo!… Andrés.

Después de unos segundos destrabó el pasador y me miró a los ojos con la puerta a medio abrir, sus ojos parecían muy cansados, las ojeras eran notorias, y los vestigios de previos llantos hacían de su mirada una luna llena que menguaba a cada segundo.

Abrió la puerta por completo sin pronunciar palabra alguna, yo entré y me detuve en la antesala, después de detallar el sencillo pero acogedor decorado de la sala expresé mi agrado de estar allí, pero no recibí más que una mirada fría pero tranquila de que al fin hubiese llegado.

Atravesó la sala y siguió hasta la cocina, regresó con un café y un cubo de azúcar, supuse que eran para mí ya que los puso en el lado de la mesa de centro que más cerca se encontraba de mí, me senté y bebí aquella amarga pero reconfortante bebida. Seguía sin decir nada, solo me miraba fijamente y, por efímeros momentos, sonreía.

– ¿Sabes?, nunca dejé de amarte. Le dije interrumpiendo aquel lúgubre silencio.

Sonrió de nuevo y a pesar de sentirme inseguro, creí que asentía con sus ojos, aquellos ojos, taciturnos y sombríos, sentí como si… la verdad no sé ni que sentí, era muy extraño todo eso; desde que recibí aquella llamada, ¿por qué? Después de tantos años, después de todo lo que pasó, después de que me dijera que yo no era el hombre de su vida, de decidir entregarse en cuerpo y alma a alguien más, de echar al olvido todo lo que vivimos, de hacer de mi una más de sus experiencias pasadas, después de todo esto acudir a mi? E implorar mi presencia con tan fuerte deseo?

A pesar de ser extraño, no me importó, me sumergí en un mar de ilusiones abstractas y absurdas del que no quise ser salvado, decidí acudir a su encuentro, decidí satisfacer esa necesidad que tenia de ella, esa necesidad que nunca disminuyó, sino que se acrecentó con los años y la distancia.

La miré fijamente y sentí un escozor en mi pecho, que se expandía por todo mi cuerpo y recorría cada milímetro de mi piel, sentía esas ganas indescriptibles de vociferar todo el deseo carnal y espiritual que me invadía, deseo que solo tenía una protagonista: ELLA, mi musa encarnada. Entonces, como conclusión a nuestro dialogo de miradas, sonrió una vez más, caminó hacia mí, me tomó de la mano y me llevó hasta su cuarto.

Su cuerpo invitaba al placer, lentamente me llevó a sus dominios, y por un momento pensé, ¿Qué demonios está pasando?, pero su gélida mirada calló mi conciencia e incitó mi alma a consumirse en deliquios y libaciones impuras más allá de la “escasa puritania erótica de Baco”.

Mas que idílico, fue mefistofélico, las sábanas se tornaron en velos mortuorios de mi profunda ansiedad, su cuerpo era un infierno delicioso provisto de una tranquilidad inquietante, libre de toda atadura, libre de toda inhibición, parecía como si fuera el día del juicio final, y con cínica alevosía le mostráramos al creador nuestro desprecio por la salvación.

Todo el tiempo, sin dejar de mirarme con esos ojos perturbadores y esa sonrisa cómplice, cómplice de nuestros más oscuros deseos, de nuestros fastuosos cometidos sexuales.

Después de todo el furor, de ser dignos de la envidia de Ishtar, de probar la ambrosía oscura del pecado en su más pura esencia, finalmente, en medio de un palpitante y abrasador beso, el clímax orgásmico me llevo al séptimo cielo, y a ella, a una bóveda celeste de donde no regresó jamás, se consumió como una estrella fugaz.

Debo confesar que lo disfruté, (como no hacerlo), lo disfruté demasiado, tanto que no me arrepiento, tanto que no me importó, que esa noche, antes de que yo llegara, ella, decidiera acabar con su vida e incorporar a su pasión un ingrediente extra, que lento pero letal, puso fin a su existencia en el preciso instante que empezó la mía.

No me percaté de su ausencia hasta algunos segundos después, no lo podía entender, ¿acaso alguien podría?, de aquel ilusorio torrente de lava solo quedaba un palpable tempano, frío e inerte.

Permanecí a su lado por algunos compases mas dirigidos por el metrónomo de mi corazón, muy lento, demasiado adagio, por poco inmóvil, pareciera que la rueda del tiempo se hubiese detenido, y así, muertos su cuerpo y mi alma, seguimos siendo uno, no quería que el tiempo siguiera su curso, pero la frialdad de su piel, el tranquilo azul de sus labios y el escozor que me producía su falta de respiración carcomía mi interior poco a poco; permanecimos así por algunos minutos o incluso horas, no lo sé.

Solo el acusador poniente fraguó en mi pecho la desidia de la noche, un pequeño rayo de luz ilumino mi tristeza y el alba trajo consigo la furia de Némesis, hija de la noche que al amanecer parió mi insensatez, de inmediato un monstruo energúmeno se apoderó de mi ser, miré con desespero a mi alrededor y solo percibí ese olor, aquel aroma fúnebre que castraba mis deseos de vivir, al mirar hacia la ventana me daba cuenta de que mi más grande sueño, aquel jardín de tulipanes, quedaba reducido a dos patéticos pedazos de plástico.

Después de tantos delirios de vida y muerte torné mi mirada a un lado, y allí estaba, aquel pedazo inerte e inútil, vestigio de mi amada, – ¿Dónde está?, le pregunté. – ¿Qué hiciste con ella?, – ¿Por qué me la quitaste? ¿POR QUÉ?

Traté de llorar, pero las lágrimas se evaporaban en la cuenca de mis ojos antes de precipitarse por mi rostro enfurecido y demente, la tomé fuertemente entre mis brazos, con la pregunta constante repicando en mi cabeza, ¿por qué?, abrí su boca, buscando mis besos perdidos, mire a la ventana de su alma con deseos de hallarla, y me hundí en sus ojos tratando de encontrar su alma, que era la mía, ERA MÍA!, penetré en su pecho buscándola, buscando mi corazón, porque ella era dueña de él desde hacía mucho tiempo, todo fue en vano, en mi pecho solo quedó, marchito y solitario, mi triste espíritu, y en mis brazos, sangre, piel y llanto, la muerte nunca se hizo tan presente como en ese momento, desesperado salté de la cama, envuelto en gritos y dolor, salí del cuarto, del apartamento y del mundo, y estando fuera, entré en mi de nuevo.

Miré mis manos, sentí su aroma, el aroma de su último suspiro, el aroma de su sexo en toda mi piel, y su sangre… aquella visión de culpabilidad me aplastó de nuevo, pero ya nada quedaba por hacer. El resto fue más fácil: papeles, abogados, nimia defensa, capital condena.

Ahora, poco falta, para mirar por última vez, este mundo putrefacto, lleno de aberraciones que pululan en cada una de nuestras mentes, ahora, desde esta celda, me siento halagado por sus actos, por la maldita que amé, y sigo amando, que me dio lo más preciado que le quedaba, porque a otros ofreció su vida pero a mí…

A mí me obsequió su muerte.